Y la vida continua 

María Gabriela Rodríguez 

Los seres humanos somos capaces de generar cambios, no obstante, en ocasiones, nos enfrentamos a acciones que no siempre nos llevan a una determinación correcta, para uno y  en consecuencia, para los que nos rodean.

El poder determinar, el alcance de una mala decisión, se recurre a: la conciencia, un parapeto, una justificación que pensamos que es la correcta, un simple arranque emotivo o visceral. Las variantes pueden ser muchas.

Pero el punto es, hasta dónde podemos tener la capacidad de discernimiento y determinar, si lo que pensamos, decimos y actuamos, genera conflictos internos e incluso externos. 

Sentirnos agobiados, por situaciones que en muchas ocasiones no están en nuestras manos resolverlas. Entender que, por más que queremos ayudar a cambiar en sentido de percepción de otra persona, no es posible, mientras esa entidad, no decida por sí misma que necesita hacerlo. 

En muchas ocasiones, los que estamos alrededor, deseamos poder hacer esos cambios, pero la realidad es, que no es cuestión que nos corresponda, lo que sí es de nuestra competencia, es la forma en que podemos verlo, desde fuera, desde un exterior que nos permita, subsanar en la medida de lo posible las afectaciones que esto nos causa.

Si el libre albedrío nos da la herramienta para saber, que es bueno y que es malo, depende únicamente del pensar de cada individuo. Lo que para unos es malo, para otros puede que no lo sea, puesto que no estamos en los zapatos de quien tiene ese discurso, por lo cual, ignoramos los alcances de su propia historia oficial, esa, que cada quien crea para salvaguardar su interior.

Este discurso, en esta ocasión viene al caso, después de reconocer, que en muchas ocasiones me dejo llevar por lo que la muchas personas sienten, ese deseo irrefrenable de querer entender a mis seres queridos, han de pensar que es normal, todos nos preocupamos por los hijos, los padres, la familia, la pareja; pero, hasta dónde y cómo, podemos o debemos de apropiarnos de sus propios discursos, de sus historias oficiales, sin que nos lleve a compadecer en lugar de amar. El discurso cambia radicalmente, cuando entendemos esto. 

Si al entender que las culpas no resuelven los problemas, si nos centramos en la capacidad de racionalizar en lugar de sentirnos que existe la obligación rotunda de resolver sus problemas, incurrimos en un estado de círculo vicioso, al no dejar, que la otra persona, se enfrente a sus propios juicios, a sus consecuencias, al resultado de sus acciones. Aunque, sentir que somos responsables de que llegase a ese camino incorrecto, según nuestro entendimiento, nos es más que, sabotearnos y seguir culpándonos.

Hemos de comentar, que, hasta hace un segundo, ya es pasado, por lo tanto, ya no se puede cambiar. Podemos modificar el hoy, el este momento, el ahora; y eso, sin pensar que, ese después, aún no llega.

No nos conflictuemos, en manzanitas y peritas, es la actitud de; lo que ya pasó, no lo puedo cambiar, pero sí puedo renombrarlo para lograr que lo vea como un ente ajeno a mí propiedad, que se le otorgue un nombre del cual partir, para dejar de sentir que lo atesoro como parte de mi vida, lo cual, por obvias razones, me es molesto, me lastima, me estorba, entonces, ¿para qué seguir cargándolo?, no lo voy a desaparecer, ahí va a estar siempre, forma parte de nuestro almacén de experiencias; pero son esas precisamente, las que nos dan la habilidad de encontrar los puntos medios, el equilibrio y de ser posible, la estabilidad. Los podremos ver, como todas esas pruebas, exámenes e incluso bardas y piedras que debemos pasar, para poder aprender a ser uno mismo.

Si el lamentarse de haber tomado una mala decisión, es causa de arrepentimiento; no solo, nos estamos clavando más en esa piscina en la que nos ahogamos cada día, es ahí donde, el aquí y el ahora entra.

El aquí y ahora, es el tomar cada día, como si fuese un pequeño o gran escalón, el cual iremos subiendo de acuerdo a nuestro tiempo y a nuestro paso, tampoco queremos subir del primero al quinto de un jalón, puesto que, esos que brincamos, no experimentamos lo que nos dejan de aprendizaje. Como tampoco, solucionamos cada prueba que tenemos en cada uno de esos escalones.

Y llegando, al punto del que mañana, dentro de un minuto, una hora, no han llegado, entonces nos queda la interrogante, ¿en qué debo pensar?, o ¿cómo debo pensar?. En que la vida sigue, todo evoluciona, todo se modifica, nosotros cambiamos a cada momento, cada día. Nada es estático, fluye de acuerdo a un sinnúmero de situaciones, pero solo cada quien sabe cuáles debe de cargar y cuáles, debe dejar en la CPU, almacenadas en el cajón de los recuerdos internos, más no olvidarlas, puesto que son parte de nuestra historia oficial, la cual podemos modificar cuantas veces queramos, no hay límite de tiempo, ni caídas en el rin de la vida.  

          

  

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