Mi mente: los artilugios de la memoria (sección primera)

En las primeras sesiones con el psicólogo, a pesar de que yo sabía que era solo el preámbulo para entrar en lo que, sabía serían las más dolorosas sesiones, me percaté o más bien, logré sentar las beses para entender. (Es increíble como me es más fácil, expresarme con palabras escritas), según yo. 

Descubrí que cada una de las vivencias, tal cual he aprendido en el diplomado, son el vehículo para entender nuestra historia, salvo que, cuando empezamos a adentrarnos en esa historia propia, no siempre solemos ser lo suficientemente honestos con nosotros mismos. Le ponemos florecitas, adornos, los embellecemos para que se lean bonitos, pero no vamos al centro de nuestros demonios internos, esos que nos atormentan y, que en muchas ocasiones, olvidamos en lo más profundo de la memoria, para no hacernos daño, para 

No sentir ese dolor que nos quiebra y nos hace explotar como granada en guerra.

Esas herramientas que reconocí en la primeras sesiones terapéuticas y, que de alguna manera se relaciona íntimamente con todas y cada una de las clases del diplomado, se encaminan a lo mismo, a descubrirnos, a escarbar dentro de nuestra memoria que va y viene, como olas de mar, con corrientes marítimas que  nos arrastran de un lado a otro sin saber hacia donde iremos a parar, pero que, de alguna manera inexplicable, somos nuestro propio bote, nuestra brújula, nuestra carta de navegación, solo que a veces, no nos damos cuenta de que tenemos todo eso. 

Quien diga que  no tiene problemas, está muy jodido, el punto es, como vemos esos problemas, desde que perspectiva y, sobre todo, como atendemos a las reacciones de tales problemas. 

Yo llegué harta y cansada de que mi hijo el más grande, el que es el padre de mi nieto y mi nuera, me tuvieran cual jamón, era el departamento de quejas, la solucionadora de conflictos y la portadora de todos sus entredichos y manipulaciones. Cosa que, de entrada, no era novedad. 

Pero, sí sabía que tenia miles de demonios que no me dejaban dormir por las noches, que tenía tantas culpas y remordimientos, faltas y vacíos que me sentía como balsa en medio de una tempestad, sin brújula, sin carta de navegación y sin saber a donde me dirigía. 

Recuerdo que de muy chica,  mi madre me decía, "puedes hacer todo lo que tú quieras, solo hazlo"...

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